La primera vez que presencié una TVP, supe en mi interior que esto era lo que yo deseaba hacer y que por eso había llegado hasta allí. En ese momento sólo me impulsaba una fuerte intuición, no tenía nada mentalmente elaborado. Por el contrario, la lógica me decía que la idea era un disparate.
En la medida que fui practicando la técnica comprendí que este oficio lleva en sí la sanación y evolución de mi alma. Entendí que este trabajo consiste en acompañar a sanar profundamente a otro, y que la sanción pasa obligadamente –tanto para el paciente como para mí–, por avanzar en saber quién es realmente uno y aprenderse a amar tal cual es.
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